En mi memoria existen acontecimientos imborrables, dramáticas yagas de vivencias atroces, voces de cúpulas poderosas entrando en mi intimidad por mi corazón directo a mi estado de animo. Los recuerdos de aquella fábrica hambrienta, acaparando riquezas gracias a tropas de obreros que trabajan por el precio mínimo y la subvención estatal, el permiso oficial para explotar al hombre, Al hombre por el hombre, desde el hombre hacia el hombre, escudo de guerras del industrial.
Eso que tengo entre las manos son los centavos del dólar más caro del mercado, es mi sustento y mi acceso a todo lo que mi patrón ha determinado para mí. Soy esclavo de mi propia necesidad y de la de mis hijos, los que aún no poseo por necesidad de la empresa.
Soy el relato más absoluto de la desgracia, pobre como la pobreza misma, hacinado y castigado de nacimiento, he pagado los castigos de los pecados capitales que he cometido en la inconciencia del mercado del consumo. Pertenezco a la comunidad periférica del valle central, la gran capital o el gran capital dominante y demandante, la inmundicia de la humanidad en papel billete o moneda, bastardos correteando a palos al poblador, a la palestra de la morosidad, al desenfrenado y malicioso cartón de deudor eterno. Estos grandes padres del mercado lucran hasta con la pobreza.
En mi memoria los recuerdos de una guerra que no escogí, batallas que han peleado mi padre y mi madre, mis hermanos y seguramente mis hijos, una batalla impar, desfavorable por donde se les mire, el hambre y la necesidad estelares de televisión que como bacteria acecina, nos contamina y fulmina, se arrastra de norte a sur la serpiente transnacional, voraz, nuestro peor enemigo
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